Desde que las Artes se separaron ganando
independencia, se quedó la palabra, pensamiento, poesía, sin voz. Encontró la
música las liturgias tradicionales y, mientras, la palabra encontró la libertad
y el camino propio.Y así las obras maestras de la poesía no han encontrado ni
siquiera aproximadamente la voz a ellas debida, salvo en alguna rara excepción.
El esplendor de la ópera es a costa de la pobreza y hasta de la humillación de
la palabra poética.
Antes, en la Grecia Antigua, el pensamiento se
cantaba y hasta se enseñaba a leer acompañándose de la lira. Poemas cantados
eran los textos fundamentales del pensamiento filosófico -Parménides- en unidad
íntima. Y la oración, ya en el orbe católico, había de ser dicha en alta voz. Y
los suspiros y el llanto del éxtasis eucarístico se oían juntamente con el
rumor humano de la plazoleta. Y el gorjeo de los pájaros se escuchaba
entreverado por el grito de dolor que salva de la angustia. Y así en el Cántico
de San Juan de la Cruz cantado por Amancio Prada viene a suceder. Donde se oyen
los silencios de la noche de Segovia, de aquella noche única, nacida de la
memoria enamorada. El fluir del tiempo transparente donde se da el poema, cima
de la poesía en nuestro idioma, cima universal pues. Ni una sola palabra se nos
pierde allí donde se da a conocer privilegiadamente en su milagroso presente.
No se pierde en la hermosura, no se embriaga en la voz ni un instante. Música y
voz no aparecen, pues, añadidas, sino extraídas del poema mismo. Nupcias de
palabra y musicalidad. Y algo más inaudible sin duda. Nupcias celebradas allí,
en las "subidas cavernas de la piedra", "al monte y al collado
do mana el agua pura". Alguna gota de esa agua bebida de ese secreto
manantial vivifica este canto de Amancio Prada.
María Zambrano
Ginebra, enero de 1982