"... Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz (en) general, pues Vuestra Reverencia así lo ha querido. Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que se no acomode todo paladar. Y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística -la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan- no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle."

San Juan de la Cruz

(Del prólogo al Cántico Espiritual)

FIMYD Granada 2016




Notas al programa "Canciones del alma"- FIM Granada 2016

Inés Mogollón
Musicóloga

La primera tarea del enamorado es dejar entrar, abrir la casa, el cuerpo, el alma. Dejarse traspasar, ser cóncavo, esposarse.
De ahí que estas Canciones del alma que ahora escucharemos y que son todas por amor, contengan en sí mismas todo lo otro de sí mismas: un poema lo es sólo en función de lo que en su decir cabe sin dejar de ser aquello que es; debe ser materia y también potencia. Como una posada con buenas vistas. Así las cosas, y al hilo de estos razonamientos, bien podríamos concluir que, para cuando Juan de Yepes ultimaba el Cántico espiritual, Amancio Prada ya estaba allí, dentro del Cántico, enamorado de sus hechuras y dispuesto a desabrochar la música que viste el poema.
Probablemente por eso, por amor, el Cántico espiritual ocupa un lugar tan significativo en la profesión y en la biografía de Amancio Prada, que no se ha separado de él desde que en abril de 1972, en París, cantó una primera versión en el teatro de la Gaîté-Montparnasse. Fue esta una presentación parcial, una selección de estrofas cantadas en un programa de Radio France Culture: Libre Parcours Récital.
Algunos años después ―viviendo ya en Segovia― Amancio, constante en su afecto, retomó aquella partitura con el ambicioso propósito de poner música al poemario completo, y en esa ciudad se estrenó El Cántico, en la iglesia románica de San Juan de los Caballeros, el 8 de abril, sábado santo de 1977. Apenas dos meses después, el 1 de junio, El Cántico se publicó en disco con Jesús Corvino al violín y Eduardo Gattinoni al violonchelo.
Desde entonces, el repertorio de Amancio Prada no ha hecho sino crecer, y como juglar que es, ha cantado la poesía de Jorge Manrique y de Lorca, los versos de Juan Carlos Mestre y de Agustín García Calvo, de Léo Ferré y Rosalía de Castro; también los encendidos versos de Teresa de Ávila. Incluso otros poemas de San Juan. Pero una y otra vez Amancio ha vuelto al Cántico.
Bien es verdad que nada nos extraña tanta complicidad, porque cuando de los versos del Cántico se trata, más que de poesía cantada, es pertinente hablar de poesía que canta. Los más cercanos a San Juan de la Cruz escribieron que cuando nuestro poeta se refería a estos versos, los titulaba Coplas de la Esposa y su declaración, Canciones de la Esposa, Canciones entre el Alma y el Esposo o, más escuetamente, Canciones. Así, sin más aderezo: Canciones. Y, efectivamente y como es fácil comprobar, en estas rimas habita una música que ya desde la primera lectura se desprende con aparente naturalidad. Digo aparente porque, cuando se exploran detenidamente estos versos, el minucioso trabajo del cincel sobre cada voz y cada cadencia queda al descubierto y nos admiran su belleza y pericia.
La intervención de Amancio Prada sobre el cuerpo del Cántico intensifica la música que allí tiene su habitación y la sitúa en escena, sube el volumen para dotar al poema de presencia y figura. Su mejor herramienta es una voz cuya emisión natural es de hermoso timbre y perfecta dicción, una voz que conjuga una forma de declamación lírica profundamente expresiva y muy personal, un dominio del decir cantando que logra que el temblor amoroso, o si lo prefieren místico, nos alcance aún más perturbador. Es tal y como lo describe María Zambrano: <<Música y voz no aparecen, pues, añadidas, sino extraídas del poema mismo. Nupcias de palabra y musicalidad. Y algo más inaudible sin duda. Nupcias celebradas allí, en las “subidas cavernas de la piedra”, “al monte y al collado do mana el agua pura”. Alguna gota de esa agua bebida de ese secreto manantial vivifica este canto de Amancio Prada>>. Y así es siempre, aunque cambien las vestiduras. Ya advertíamos arriba que Amancio Prada refresca su relación con el Cántico a menudo: desde aquella versión original escrita ―hace cuarenta años ya― para voz solista, guitarra, violín, y violonchelo, a la concebida para cuarteto de cuerda, sin olvidar la preparada por el compositor Ángel Barja o las magníficas grabaciones acompañadas por voces blancas. Pero lo profundo no cambia; tal como supo escuchar María Zambrano y sea cual sea la presentación, la voz y la guitarra de Amancio Prada parecen emanar del centro mismo del poema.
Ya sobre la partitura, observamos que el planteamiento musical de Amancio Prada es formalmente riguroso con la arquitectura del Cántico, y abarca el poemario completo (cuarenta estrofas), ciclo que articula en nueve números que respetan el orden original; no incorpora repeticiones textuales, a excepción de la hermosa Respuesta de las criaturas, que el coro (las criaturas) entona tres veces. Estas decisiones realzan la coherencia de la narración, que con tanta verdad perfila las estaciones de la condición amorosa. El discurso musical está sabiamente gobernado por el espíritu y las imágenes del texto, que a modo de guía escuchamos sin efectismos ni artificios. Tanto el fraseo como los relieves melódicos son siempre fieles a los acentos de la palabra, adaptándose a su respiración y a sus elocuentes matices, facultad crucial para un texto como este, vivificado como está por constantes exclamaciones, interrogaciones y onomatopeyas.
Un breve preludio instrumental ―que podríamos llamar obertura puesto que le sigue una representación escénica que narra una historia de amor― nos sumerge en el espacio poético y da paso al texto. Los instrumentos son actores: mientras la voz desgrana el poema en un estilo silábico, claro y conciso, el violín y el violonchelo son los esposos, y las emociones de los esposos, que sienten la zozobra de estar lejos, que se quejan, preguntan, se buscan y se enredan en el deseo y la consumación que aquí quiere ser experiencia de lo divino, pero que es recreación literaria de un muy humano amor.

Inés Mogollón.
Musicóloga

(Notas al programa "Canciones del alma"- FIM Granada 2016)